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jueves, 15 de diciembre de 2011

Quién tuviera la sencillez en la palabra para sin dar muchas vueltas escribir, fácil y sencillo lo que se quiere decir.
Yo no la tengo. No desde que me robaste la poesía a golpe y porrazo de sonrisas perturbadoras.
No desde que busco un lugar en el mundo, tan lejano que mi corazón no pueda alcanzarme.
Desde que rompiste la integridad de mi sexualidad y mi esperanza.
Ya no queda nada sencillo.
No en este mundo de sobresaltos precordiales.
No en el nacimiento del verso, en el vertiginoso abismo de la vida.
Quién tuviera la madurez temprana de la fruta,
para caer irremediablemente en los brazos del vacío.
Lejos, lejos de tu inexistencia o lejanía.
Donde esta plaga de recuerdos haya pasado
y mi cuerpo convaleciente vuelva a estremecerse
en la verdad de un mundo donde la belleza no quede prohibida.
Quién tuviera la sencillez de la palabra adiós.

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