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domingo, 12 de junio de 2011

Las mil y una excusas en vela

Cuando llega junio me parapeto en una montañas de excusas para no estudiar.
Cuando llega el calor me escondo entre volutas de excusas para no dormir.
Cuando llueve siempre tengo millones de buenas razones que suenan a excusa para no llevar paraguas, y miles de malas razones que ni siquiera intento excusar para acabar en la playa.
Cuando abrazo mi guitarra y solo puedo desmembrar ruidos incoherentes siempre es por mi falta de oído o por mi falta de tiempo.
Excusada en mi corazón roto, comencé a amar a los demás.
Excusada en otro corazón roto, me interesé por el cine clásico.
Ehhh...sí...No es verdad que me hagan daño las sandalias, siempre busco una excusa para descalzarme.
Aún ando buscando excusas para quitarme también la ropa.
Cuando no puedo dormir escribo. Cuando tengo demasiado para escribir no duermo, ni escribo. Cuando me asedian las imágenes y las palabras me escondo tras la excusa de mi ineptitud para no escribirlas.
Cuando veo las estrellas me pierdo en excusas para alcanzarlas. Vuelo en sondeos de amaneceres, dándome motivos para permacer tumbada bajo la noche.
Cuando me toca saltar al vacío busco siempre vía alternativa, o que alguien me coja la mano y tire de mí.
Luego, disfrutando el abismo, me pregunto la validez de las excusas que me insufla el miedo.
Cuando estoy lejos (geográficamente hablando) busco una excusa para sentirme cerca y una vez que estoy cerca me alejo (metafóricamente hablando).

No tengo excusa: soy un desastre.

Pero a mi favor tengo que decir que entre tantas estúpidas excusas hay dos que me determinan y me hacen ser como soy. Sentir y amar son mis excusas para seguir viviendo. ¿o quizás me estoy excusando?

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